Cuando en 1848, un carpintero descubrió partículas de oro en el agua que abastecía a un aserradero en California, se desencadenó la famosa Fiebre del Oro.
A medida que más y más personas iban llegando para filtrar el agua y recoger las partículas, el hallazgo se hizo más difícil.
Pronto, encontrar oro requirió invertir en minería y costosa tecnología.
Ya no era tan rentable.
Desde épocas remotas se conoce este efecto: cuando todos llevaban los corderos al mismo pastizal, el recurso disminuía rápidamente hasta agotarse.
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Henry Ford usó este fenómeno en su provecho.
En 1926, redujo las jornadas laborales de seis a cinco, sin disminuir la paga.
Su decisión sorprendió al mundo.
Pocos entendían entonces la ley de los rendimientos decrecientes.
Ford había comprendido cómo aplicarla en los negocios.
Los trabajadores menos cansados producirían más.
Tendrían un día más para invertir su paga en comprar, incluso un coche.
La ley de los rendimientos decrecientes sostiene que, si se añade más de algo a un proceso—más empleados, más recursos, más tiempo—a partir de un cierto momento, los beneficios obtenidos irán disminuyendo y ya no resultarán tan buenos como al comienzo.
Es importante conocer esta ley e incorporarla como un modelo mental para calcular mejor los costes y beneficios, así obtener mejores resultados en la vida personal, profesional y en los negocios.
El punto de equilibrio
La fórmula es sencilla:
Producción = recursos variables + recursos fijos
Según esta ley, si se aumenta uno de los factores productivos, pero el resto se mantiene constante, la producción total aumentará de forma cada vez más lenta hasta dejar de crecer, pudiendo incluso disminuir.
Invertir más recursos, humanos o de otro tipo, puede durante un cierto tiempo crear mejores resultados.
Pero, a medida que el tiempo pasa, los resultados disminuyen, se estancan e incluso retroceden o desaparecen.
La ley de los rendimientos decrecientes nos alerta y obliga a detectar el punto en que la productividad o las ganancias comienzan a disminuir.
Por ejemplo, agregar empleados, puede lograr una mayor productividad, pero superado cierto punto, el retorno en ganancias será menor debido al gasto en sueldos.
O cuando entrenamos: a partir de un punto, más esfuerzos resultan inútiles y agotan el cuerpo.
Esta ley nos ayuda a calcular con precisión dónde se encuentra el punto de equilibrio.
¡Cuidado con la búsqueda de la perfección en un proyecto y con el excesivo análisis antes de accionar!
El perfeccionismo y el análisis alcanzan siempre un punto óptimo, más allá del cual no se puede mejorar ni progresar.
Reconocer este punto ayuda a ganar eficacia, utilizando mejor los recursos y aumentando la productividad y las ganancias.
🍂“Todos los placeres, cuando sobrepasan cierto límite, se vuelven lo opuesto”.
—Epicteto—
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